Antropología de un anillo: qué relata el compromiso de Taylor Swift

La crítica ha recibido el nuevo disco de Taylor Swift como “decepcionante, comercial o conservador”. La cantante encarna un fenómeno cultural recurrente: la exigencia de que toda obra de una mujer justifique su relevancia, y la facilidad con que se declara agotada su capacidad creativa cuando se aleja de la narrativa de “la mujer en crisis”.

Taylor Swift en una imagen de su cuenta de Instagram

El artículo de Gaby Hinsliff en The Guardian sobre el compromiso de Taylor Swift con Travis Kelce, parte de una premisa generalizada: una mujer, al casarse, pierde interés narrativo, atractivo comercial y potencial creativo. Ese criterio mediático no es anecdótico: funciona como síntoma cultural.

El discurso alrededor de Swift revela la persistencia de guiones de género heredados del patriarcado: la mujer joven y “disponible” es fértil no sólo biológicamente, sino también culturalmente; la mujer casada, en cambio, se percibe como agotada en su capacidad de producir historias que importen. Es la vieja estructura del cuento de hadas, trasladada a la economía del entretenimiento: la princesa se casa y, con ello, el relato termina.

Pero Swift encarna un fenómeno inverso: una mujer que se convierte en capital cultural continuo. Cada transición vital, del desamor adolescente a la madurez profesional, es traducida en narrativa pop y consumida masivamente. Su figura funciona como laboratorio antropológico de las tensiones contemporáneas: el deseo de amor y seguridad frente a la exigencia de independencia; la presión del “reloj biológico” frente a la promesa de éxito individual; la nostalgia por los guiones tradicionales frente al deseo de emancipación.

El artículo conecta además con datos demográficos: la caída de las tasas de fertilidad, y el auge de figuras digitales como las “tradwives” (esposas tradicionales) en Instagram. Estos fenómenos muestran cómo la vida doméstica, la maternidad y el matrimonio se reconfiguran en el imaginario colectivo, no como elecciones neutrales sino como campos de disputa ideológica y de mercado. Swift, en este contexto, no es solo una persona,sino que actúa como catalizador de los debates sobre qué significa ser mujer, feminista y figura pública en la tercera década del siglo XXI.

Desde un punto de vista antropológico lo que observamos es la tensión entre mito cultural y modernidad. El mito dicta que la mujer casada deja de ser protagonista; la modernidad, encarnada en Swift, demuestra que esa transición puede ser reescrita como narrativa expansiva y rentable. Swift no rompe el mito: lo subvierte desde dentro y lo muestra como el artificio que es.

Escribe Marina Lorenzo


¿Qué mencionamos en este artículo?

Gaby Hinsliff, «Taylor Swift: engaged, mummy-tracked and doomed to tradwifedom? You really haven’t been listening», The Guardian, 28 agosto 2025.