El ritual del propósito

En septiembre, las papelerías se llenan de agendas para el nuevo curso, los gimnasios se colapsan y, en tu mesilla de noche, descansa ese libro que abandonaste en marzo pero que este septiembre te has propuesto finalizar.

El otoño se ha convertido en el momento del ritual de los nuevos propósitos —quizá más que enero—.

Kyle Raymond señalaba en su newsletter del 2 de septiembre que la gente anhela tener un propósito; desde el great lock in, liderado por el “hombre alpha”, que predica duchas frías y madrugones, al ya clásico No Nut November, que promete que con disciplina, serás la ‘mejor versión de ti mismo’ o los personal curriculums, planes de estudio autoimpuestos para aprender un tema concreto, de los que está lleno TikTok.

Estos rituales funcionan como mapas. Intentan dotar de sentido a nuestro tiempo y reforzar la idea de que podemos ser mejores versiones de nosotras mismas. Como señala Byung-Chul Han en ‘La sociedad del cansancio’, nos hemos convertido en “sujetos de rendimiento”.

Además, no son un acto individual, son una forma de situarse socialmente, de narrar quién eres dentro de una cultura que valora la productividad y la mejora constante. También reflejan normas sociales de género: mientras que los “hombres alpha” encarnan ideales de control y competitividad, los personal curriculums, principalmente ideados por mujeres, se centran en el aprendizaje y el autodescubrimiento.

Para las marcas, estos rituales no son irrelevantes. La cultura del rendimiento abre la puerta a todo tipo de productos y servicios que prometen eficiencia, bienestar o autogestión; pero también plantea preguntas incómodas: ¿Alimentan las marcas la ansiedad por la productividad? ¿Ofrecen espacios de descanso real o refuerzan la ilusión de un control absoluto que nunca llega?

Desde Materia Prima sabemos que detrás de cada tendencia ritual hay algo más profundo. Son señales de cómo construimos identidad, de cómo la tecnología redefine las expectativas más íntimas y de cómo el negocio se entrelaza con el deseo de propósito.

Foto de Lilartsy en Unsplash

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Artículo escrito por: Paula Juan